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Reorganizar la vida
Cuando una pareja decide formar un hogar, ambos consideran que un objetivo importante de su vida está conseguido: su estabilidad emocional y la posibilidad, a partir de ahí, de constituir una familia, tener unos hijos y abordar otros proyectos de forma conjunta. Enfrentarse a una separación se identifica de forma natural con un fracaso, una vuelta atrás, y suele reflejar una decisión extrema después de experimentar, de forma inequívoca, que no es posible una vida feliz conjunta.
Lamentar lo que uno pierde es algo natural, y el sentimiento de frustración y fracaso acompaña a la pareja invariablemente en todo el proceso que termina en la ruptura. Sin embargo, la separación también tiene una parte positiva, que está en la base de la motivación de la ruptura, bien en el sentido de dejar de sufrir, bien en el sentido de abrir expectativas positivas de futuro para todos los implicados.
En relación con los miembros de la pareja, la crisis tiene claramente esta doble dimensión. Por un lado se destruye aquello que no sirve, que ha demostrado no ser lo que se esperaba; por otro lado, se abre la posibilidad de una vida más grata, bien sea por terminar con una fuente de infelicidad, bien sea porque queda la esperanza de tener otra oportunidad para encontrar una estabilidad afectiva junto a otra persona.
En relación con los hijos, muchos consideran que en estos casos son los grandes perdedores, ya que la separación de sus padres se produce casi invariablemente por causas que les son ajenas. Sin embargo, es importante recordar que una vida de pareja infeliz produce un ambiente de hogar infeliz, y los hijos no quedan jamás al margen del ambiente tenso, desgraciado entre sus padres.
Al hablar de los hijos, especialmente, los espectadores de la ruptura de una pareja tienden a fijarse en lo difícil, lo traumático que puede resultar para ellos ver cómo la estructura de su vida habitual se derrumba, y con ella cómo aparece la inseguridad, el cambio no deseado, ya que invariablemente los hijos desean que los padres arreglen sus diferencias antes de llegar a una ruptura.
Pero la experiencia demuestra que, superado el estrés del cambio de situación de la familia, los hijos tienen la posibilidad de recuperar e incluso mejorar la relación con ambos padres, y que la clave para que sufran lo menos posible se encuentra en que los padres les ahorren el espectáculo de su desamor, manteniendo el respeto por lo que ambos representan para sus hijos.
Son muchas las oportunidades en que un miembro de la pareja, cuando no los dos, toma la resolución de separarse precisamente en bien de sus hijos, por ser consciente de la influencia que la desarmonía de los padres tiene sobre ellos, y por tener una visión de futuro incierta o desgraciada para ellos si la separación no se llegara a producir. Por esto, y aunque la separación de los padres pueda resultar traumática y dolorosa, es importante centrarse en los motivos positivos que la producen, y potenciar los aspectos positivos del cambio que se les aporta.
No se puede olvidar que en la vida cualquier cambio supone perder y ganar. Nadie escoge un cambio, una crisis, si no esperara con ello algo positivo. Y en el cálculo de beneficios y riesgos, muchas veces no se puede elegir lo mejor, sino solamente el menor daño.
En esta reflexión es preciso pensar a medio y largo plazo y no dejarse engañar por tópicos, temores o culpas. Hay que enfrentar de forma madura lo que se pierde y valorar suficientemente lo que se gana. No es coherente pretender cambiar y conservar al mismo tiempo.
Exceptuando momentos más o menos bajos, donde la sensación de pérdida y de desengaño se hace más pesada, todo lo anteriormente dicho suele estar muy claro para quienes han propiciado su separación, para quienes han tomado la decisión, para quienes han optado más o menos libremente por la ruptura. En estos casos se supone que el proceso de reflexión, de valoración de consecuencias y de elección de pérdidas, se ha producido; en estos casos se supone que el momento de plantear la ruptura también en cierto modo se ha podido escoger. ¿Qué pasa con aquellos que no eligieron, que no valoraron, que no decidieron y que se encuentran con una inoportuna ruptura?La única forma de aceptar, asimilar, adaptarse a una decisión de ruptura tomada por la otra persona, es encontrar uno mismo los suficientes argumentos para comprender que la vida de pareja, de familia, no era positiva. En este sentido corresponde enfrentar de forma sincera la situación, atreverse a ver todo lo que no es como uno creía, y asumir una realidad que, guste o no, se tiene ante los ojos. Esta será la única manera de poder mirar al futuro de forma positiva, valorando los posibles beneficios, las posibles oportunidades, la esperanza de una vida mejor.
Una crisis en una pareja siempre es una oportunidad de cambio. Es más, pide un cambio. El gran cambio, la ruptura, sobreviene cuando las situaciones críticas se han dejado simplemente pasar, sin responder a la necesidad de cambio que reflejan.
La separación es un gran cambio, y como tal, supone perder y ganar. Que sea positivo o no dependerá de que cada persona se enfoque hacia la nueva situación y sus posibilidades y no se quede anclada en las pérdidas, en lo que no fue, en lo que no puede ser.
La separación no tiene por que ser negativa si hay hijos. Sin ser la situación óptima, hay que recordar que en la vida, muchas veces lo que aparentemente parece peor resulta ser lo mejor. No es la separación lo que destruye la seguridad de los hijos, sino la actitud que los padres muestran entre sí y hacia los hijos, cuando esta actitud viene a romper la fina tela de su afectividad.
Carmen Molina Ortíz de Zárate
PSICÓLOGA - Colegiada M-12725
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